sábado, 19 de febrero de 2011

La práctica escolar como quiebre en la cotidianeidad de los alumnos

Habría que comenzar expresando que la escuela es “impuesta” a los niños por una “cultura de adultos”. Esto nos da la idea que no es para nada natural. Es mas, la pedagogía como estructura dominante, el llamado “sentimiento de infancia”, el sentimiento de amor maternal, la heteronomía, etc. han nacido en la modernidad (para éste aspecto téngase en cuenta a Comenius y Rousseau como los padres de la misma). Con esto se puede expresar, también, que “la infancia es una pesadilla que la modernidad ha construido pacientemente”[1]. Esta infancia creada es delimitada y encerrada en los límites de la escuela moderna. Cuando se dice “encierro” quiere significar no solo el aspecto topológico y corpóreo, sino el encierro en las categorías que la pedagogía ha elaborado para ella (Baquero- Narodowski, p. 5). De esta manera se puede ver que, paulatinamente, alumno y niño se divorcian (Baquero- Narodowski, p. 8). Presenciamos, entonces, un quiebre en la vida del niño que comienza su etapa escolar. Todo lo que el pequeño realizaba en su casa no puede ejecutarlo en su escuela. Este proceso de escolarización se impone en el alumno y lo obliga a romper todos sus esquemas cognitivos con los cuales exploraba el mundo, sus comportamientos, su manera concreta de comunicación con los demás y, hasta sus juegos. En este sentido la escuela destierra del niño lo natural de su pensamiento para forzarlo a apropiarse de una versión más sutil y compleja del pensamiento. Con esto se quiere ejemplificar la artificialidad del proceso de aprendizaje en la escuela.

Este quiebre es representado por Rivière en sus 10 mandamientos, los cuales pueden ser resumidos en dos, a saber: “Desvincularás gran parte de tu pensamiento de los propósitos e intenciones humanas… y, para colmo, deberás parecer un niño interesado y competente”[2]. Se está hablando en este sentido en la obligatoriedad hacia el niño para que utilice un pensamiento desvinculado.

Por su parte Eggleston aporta los siete tipos de aprendizaje[3] que conformarían una suerte de currículum oculto, aprender a vivir en una masa, a esperar (paciencia), a dejarse evaluar sin que esto entre en conflicto con sus intereses, a satisfacer las expectativas de los demás para lograr como recompensa la estima, a vivir en una sociedad jerarquizada y estratificada, a influir sobre el ritmo del trabajo escolar, a funcionar dentro de un grupo pequeño con sus propios códigos de comunicación.

Perrenoud afirma que en la escuela el niño aprende el oficio de alumno (Perrenoud, p. 18). En ella también se le enseña cómo debe funcionar en otros ambientes y no sólo los distintos aspectos del llamado currículum formal.

Si el niño quiere triunfar en la escuela y no darse de bruces con un fracaso estrepitoso tendrá que aprender no solo a manejar bien el currículum formal sino a manifestar, también, una conformidad con las normas morales ocultas detrás de ese currículum brindado y, para colmo, tiene que manifestar interés por trabajos que él ni siquiera ha escogido aunque sean repetitivos y aburridos.

Ser un buen alumno significa realizar con gusto esos trabajos aburridos, repetitivos, fragmentados, no retribuidos y bajo una supervisión constante del docente y los pares. Como podrá verse, no es poca cosa para los niños que son insertados en la maquinaria controladora de la escuela a los fines de enseñarles a ser hombres.



[1] ALVARADO, MAITE Y GUIDO, HORACIO. “Incluso los niños. Apuntes para una estética de la Infancia”, en BAQUERO, RICARDO Y NARODOWSKI, MARIANO. “Escuela y Construcción de la Infancia. ¿Existe la infancia?”. IICE, Año II, Nº 4. Bs. As., 1994

[2] RIVIÈRE, ÁNGEL. “¿Por qué fracasan tan poco los niños?. Cuadernos de Pedagogía, Nº 103-104. Barcelona, 1983

[3] Cf. PERRENUOD, PHILIPE. Op. cit. p. 14-15.

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