miércoles, 22 de septiembre de 2010

El libro de texto y la responsabilidad docente

Resulta casi imposible no detenernos un instante y ver qué es un manual o libro de texto. Sin dudas que es el material de enseñanza más extendido en cuanto a uso y que suele estar presente en casi todas las clases. Es la “herramienta del docente”, es facilitadora del aprendizaje como fuente de información, etc. Como vemos, posee muchas ventajas, es un ángel. También, el manual, impregna las prácticas escolares, organiza el contenido y las experiencias de docentes y alumnos, establece interacciones, acciones, etc. con la fuerza legal.

Por otra parte, debemos ser conscientes que el manual nos induce a pensar según los parámetros que el mismo propone, induce ideológicamente de manera solapada, establece escalas de valores, establece la rigidez o la apertura hacia nuevas ideas, genera aceptación de unos escritores en detrimento de otros, etc. Es un demonio.

Creemos firmemente que no es lo uno ni lo otro, sino una mezcla de ambos que en momentos determinados surja uno u otro es otra cosa. Que veamos al hombre o al lobo, depende de la luna de la historia y de las mareas de poderes que se entretejen mientras dormimos.

Que el manual contenga recortes arbitrarios, en este caso, de la literatura, no es ninguna novedad. Eso los docentes lo saben- al menos deberían saberlo, no se puede aducir ignorancia invencible[1]-, detrás de cada manual hay un especialista que posee su propia óptica una cadena interminable de “negocios”, como lo expresara Daniel Cassany:

“Cuando descubrí que tanto las matemáticas como la historia, la física y todas las demás disciplinas del saber humano tienen autores, con nombre y apellidos, me sentí estafado. (…) De mayor aprendí a relativizar el conocimiento y a verlo simplemente como la explicación más plausible, pero no la única, que podemos dar a la realidad. Me di cuenta que el saber no existe al margen de las personas…”[2]

Cosa sabida es que los contenidos desarrollados en el libro suelen ser recortes de un amplio universo de conocimientos, muchas veces velado, pero que el docente puede y tiene la facultad para develárselo a sus alumnos. En definitiva, el autor/es del manual, construyen su propia versión y su propio canon de la literatura, queda por preguntarse: ¿Qué versión nos cuenta?

Por otra parte, no debemos descuidar que la función más importante del libro de texto es ser el “instrumento a través del cual se da la reproducción del conocimiento académico, el necesario para aprobar y sobrevivir en las instituciones académicas[3]. Ahora bien, deberían preguntarse los educadores, ¿qué cultura intenta reproducir este libro concreto, qué valores, concepciones o prejuicios intenta instaurar? Además, debemos de tener en claro que el negocio de las librerías y editoriales es enorme y su costo no es inofensivo.

Hemos querido detenernos más en los aspectos negativos de un manual, no porque lo demonicemos sino que son los puntos sobre los que no hay que descuidarse, son los acentos que no hay que obviar.

De todos modos, es bueno aclarar que existen libros innovadores, que nos presentan el conocimiento como inacabado, que no nos imponen sus ideas, que son abiertos, que son portadores de verdades irresueltas. Pero para descubrir esos libros, son los docentes quienes han de trabajar con anterioridad, son los primeros que tienen que ver que no sea simplemente “una versión oficial”, ni el producto de “imposiciones ideológicas ni de mercadeo”.



[1] Si bien el libro de texto está dirigido al alumno, es el docente quién decide qué libro aquel debe poseer. La responsabilidad primaria reside en el profesional de la educación. Es aquí donde deben efectuarse las críticas a favor o en contra de tal libro o tal editorial.

[2] CASSANY, DANIEL. La cocina de la escritura”. Anagrama. Barcelona, 1995.

[3] JURJO TORRES. “Globalización e interdisciplinariedad: el currículum integrado”. Morata. Madrid, 1994.