jueves, 28 de febrero de 2008

¿Es posible la dignidad en la muerte?


El pasado 3 de enero del 2008 fue publicada en el Boletín oficial de la Provincia de Río Negro la ley Nº 4.264 y fue denominada "Ley de Muerte Digna". En la misma se establece que las personas en "estadio terminal" pueden expresar su voluntad en el sentido de que no se les provea de asistencia médica, nutrición, operaciones, etc. Se exige un consentimiento "informado", prestado con discernimiento, y un acta en la que personal médico e incluso en cierta contingencia un escribano público den cuenta de los deseos del moribundo. Por otra parte, si el enfermo o accidentado se halla mentalmente imposibilitado, su representante o ciertos parientes (incluido el cónyuge, que no es pariente) pueden otorgar la aquiescencia para que cese el tratamiento destinado a la supervivencia del enfermo.

Creo que en este punto habría que aclarar si realmente esta ley aboga por la "dignidad" de la persona o aprovecha el sufrimiento inconmensurable del enfermo para darle un fin a su existencia. No será que el discurso actual dominante (a favor del asesinato de los débiles) camufla sus verdaderas intenciones con la palabra, en este caso, dignidad (en otros, misericordia)?.

No será que en estos casos, los enfermos terminales y sus parientes, tienen miedo al dolor y a la soledad de ese momento supremo... y el discurso dominante se apropia y explota ese miedo?

Porque aplicar esta disyuntiva equivocada:
1- O "muere dignamente" (léase, lo matamos)
2- O muere con terribles dolores y sufrimiento... (aunque la ley en su art. 8 hable de la "no supresión de las acciones tendientes al confort..")

¿Porqué esa dialéctica insuperable?... no hay posibilidades que entre en juego un tercer término?

Existe una tercera vía: que no es ni la de matar al enfermo por medio de la eutanasia y el suicidio asistido, ni tampoco la de dejarlo sufrir indefinidamente por causa de unos "medios desproporcionados".
La solución es seguir administrándole medicamentos, incluso aquellos que tengan como efecto la pérdida de la consciencia, que no sean desproporcionados (incluso para su familia, desproporción onerosa) y, como efecto secundario, le causen en sí la muerte.
Obsérvese que los medicamentos administrados le causarían la muerte, pero es un efecto secundario y no primario o buscado en sí mismo. No le daría ésto más dignidad a la muerte del paciente?... o será que no le conviene, por una parte, al Estado (ya que tendría que seguir gastando dinero en alguien que sí o sí se va a morir- en caso que concurra a un establecimiento público) y, por otro lado, a las Obras Sociales?

En resumen, ante el dolor de un enfermo terminal, no estamos obligados a utilizar o a mantener el uso de "medios desproporcionados". Sí estamos obligados a proporcionarle las curas necesarias al enfermo, como el agua, la alimentación (oral o médica), las medicinas, los calmantes, la ventilación adecuada, la atención higiénica y del confort y, por encima de todo, el amor y la solidaridad. No tenemos por qué ni debemos matar al enfermo ni dejarlo sufrir indefinidamente. La eutanasia y el suicidio asistido constituyen una hipocresía y una falsa "compasión" que buscan la vía fácil, egoísta y cómoda para resolver los problemas, en vez de sacrificarse por el enfermo y darle nuestro amor y compasión.

Insisto, deberíamos prestarle atención al discurso, decía Foucault que todo discurso esconde una trama de poder... ¿Cuál es la trama de poder que esconde esta ley?... Desde mi punto de vista está dicho y resaltado en rojo....

lunes, 25 de febrero de 2008

Buscando la dimensión social de la Filosofía

Cuando estamos buscando algo, por lo general lo hacemos mediante huellas o pistas que nos guíen hacia lo que queremos o escudriñamos. Estas huellas son las que nos acercan, cada vez más, hacia el objeto de nuestra búsqueda. “Buscar” o visualizar la función social de la filosofía puede ser de entrada una consideración problemática, porque se supone que de hecho, la filosofía es por sí misma; que en su ejercicio y proceder se legitima, que desde su constitución crítica y reflexiva no acepta exigencias funcionalistas ni mucho menos, determinaciones particulares. Aún así, la condición de realidad actual, enmarcada en situaciones como la guerra, la inestabilidad y desigualdad económica, la exploración genética, la problemática étnica, la ausencia de modelos de desarrollo alternativos, la incapacidad política de los pueblos (reflejada en parte en la ausencia de líderes), la revolución de antivalores, etc. demandan una atención especial y urgente de quienes reflexionan sobre las consecuencias e implicaciones de estos constitutivos de realidad. Pero en efecto, todas estas problemáticas sugieren ser un reflejo, de nuestras caóticas subjetividades, la lógica neurótica imperante que cobija al mundo, nos abriga también con tibieza a cada uno, de ahí que, el cambio o el camino hacia una situación de justicia y verdad (imaginadas todo el tiempo como utopías desde diferentes marcos del discurso), se vean desfiguradas a diario por el impacto de cada una de nuestras acciones particulares y sus efectos derivados, replicándose miles de veces, en forma de decisiones inadecuadas, de deseos cumplidos a medias, otro tanto más de intensiones disfrazadas… en últimas, millones de estilos de hacer un uso particular de la libertad sin una reflexión ética y estética de la manera en que habitamos y nos apropiamos del mundo. Bajo esta perspectiva problemática, se emprenden grandes luchas, colectivas e individuales, pero pareciera que estas mismas afrentas en su desarrollo, dieran cuenta día a día, de la imposibilidad de superar nuestra propia condición. Por lo tanto y para orientar el objetivo de esta reflexión, la búsqueda por la función social de la filosofía es, de suyo, una construcción de sentido personal, una preocupación por la participación efectiva de la filosofía en lo social, entendida ésta preocupación como una problematización permanente de los diferentes modos en que la filosofía se hace evidente en la vida común de los hombres y no en su origen o estatuto convencional.